sábado, 10 de diciembre de 2011

Apuntes a un cuento inestable. Escrito por Adso Gutiérrez


Mi producción se detiene en la soledad de un departamento, pensando bajo el estrecho mundo visceral. La soledad me ha convertido en un amante de la ilusión. Ya puedo consumirme en la lluvia o en los labios de un ser amado. Pero ¿qué condena debo purgar hoy? Ninguna, sólo el acto de decidir a través de mí cuán sentido hay en mi vida. He hecho público lo que no, atreverme a amar o, en otras palabras, arriesgarse a amar. El Amor es un acto heroico o de estupidez, tiene de ambos. Entrecruzar los dedos para arriesgarse a obtener lo que uno quiere. Hoy estoy solo, es extraño estarlo, cuatro años de una relación que me enseñó a amar y a valorar lo que quiero. Amar es arriesgarse.
Soy como soy, no por catalogar, sino por querer: amo lo que quiero amar. Mi hermano J. es una idealización del Amor perfecto, su tristeza se refleja porque su novio lleva dos meses que no se contacta. Dos meses de ausencia, no se sabe si haya o no una ruptura ni una negociación. Se veía venir, pero el Amor es así. Está entrando mi hermano en una depresión porque se siente abandonado y se niega a aceptarlo. Es frágil, lo estoy (re)conociendo y acepto el reto porque lo amo. Dios, creo que todavía siento un carió hacia él. ¡Complicado! Sueños, sueño, soñamos. Mi vida es un giro que no logro aterrizar del todo. Quizá su fragilidad o, más bien, su humanidad me atrae, pues soy como él. Vulnerable.
¡Ay de mí! Ahora no sé ni qué negociar, si aventurarme a la sinécdoque o al anatema de la sobriedad. Primero, quiero, o más bien, no quiero ser lo que soy. Estar desolado. Tal vez la ciudad me reciba con los brazos abiertos, pero los tuyos siguen cerrados. Una ciudad, una lejanía. Vuelco y nada. No sé qué hacer. Estoy ebrio y también de amor. Miro hacia el cielo, cierro los ojos y me dejo caer al vértigo, no abro los ojos y siento el viento alborotando mi cabello, enjuga mis lágrimas.
Ahora soy una mancha, un monumento, quiero que crezcan flores o tal vez rosas, como el monumento a los caídos que menciona cierta escritora. Mi cuerpo ya no es un conjunto de órganos ordenados bajo piel, huesos y músculos, sino está regado por la acera. Me convertí en una bomba inestable. Soy como aquel cuento que inicia bien y termina mal o inicia mal y termina bien.
Soy un muerto, un caído.

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