lunes, 31 de marzo de 2008

Otilia frente al espejo

Una de las instituciones con más fuerza moral en México es, sin duda, la Iglesia Católica, la cual fue implantada durante la Colonia. Por desgracia, aunque también por suerte según sea el caso, hay una notable influencia judeocristiana en la vida del mexicano[1]. En Otilia Rauda, escrito por el veracruzano Sergio Galindo, se presenta una transgresión ante una idea que se tiene en México acerca de la mujer, la cual se le considera como un ser inferior al hombre[2]. En el presente ensayo, se pretende realizar una disertación acerca del personaje principal como un ejemplo atípico de la mexicana, explicando además el triángulo amoroso entre Otilia-Rubén-Melquiades. Antes de continuar, es necesario determinar los límites de dicho texto para evitar confusiones o malas interpretaciones del mismo; no se abordará desde un punto de vista feminista ni mucho menos cinematográfico[3] sino únicamente lo literario apoyándose con la historia.
En la contraportada de la edición que tengo del libro señala: “Pocos escritores asumen la osadía de titular sus obras con nombres y apellidos […] supone la oferta de una historia de vida lo suficientemente atractiva como para sostenerse a lo largo de las páginas”. Estoy de acuerdo, porque la historia sí es lo bastante atractiva como para sostenerse.
Sergio Galindo, a través de esta obra, nos describe muy bien los sucesos sociopolíticos que ocurrieron a principios del Siglo XX en México. Me refiero a la revolución armada ocurrida en 1910, en el cual se defendía primordialmente el reparto agrario. Además, describe las celebraciones del Centenario de la Independencia que ocurrieron, al igual que en todo el país, en el puerto de Veracruz.
La vida en los pueblos pequeños es coloquialmente descrita como pueblo chico, infierno grande. Y sí, esta frase describe muy bien a Las Vigas[4], lugar enigmático donde se desarrolla la trama de este libro. Los pobladores tienen una vida muy sencilla muy ligada a la agricultura y al comercio local. Como en otros lugares, en Las Vigas existen familias acaudaladas y reconocidas; entre éstas se encuentran los Rauda, cuya riqueza se debe a gran parte por el trabajo del patriarca: Don Isaac, padre de la protagonista: Otilia.
Hermosa mujer que transita en las calles polvosas del pueblo, cuyos contoneos provoca suspiros en los varones y el refunfuño de las damas. Sus vestidos ceñidos muestran las curvaturas y los senos. Aquel cuerpo hecho por artistas celestiales es buscado por las miradas lívidas del sexo masculino; Otilia es símbolo de la dualidad: odiada y amada. Su belleza sin comparaciones causa entre las demás féminas problemas e incluso enfrentamientos verbales; es decir, su encanto no es visto como un signo de la perfección estética femenina sino como un problema familiar e incluso social. No es recatada ni sumisa. Su hermosura lo toma como medio para manipular al hombre. Pero esas características son propias de la cortina que cubre a un ser bastante complejo, una niña que se siente indefensa, que está cansada de las decisiones que se toman por ellas —incluyendo la boda planeada por sus padres con un detestable hombre y a quien no ama: Isauro Peña —; ente que navega por un mundo en busca de lo que todos los demás buscan: el amor. Claro que lo encuentra, está en una de las figuras más trascendentales e importantes de la obra: Rubén Lazcano[5]. El encuentro de ambos personajes es muy efímero; ella lo descubre en el recinto que “se llenó de la suficiente claridad […] en el piso, boca abajo, sobre un charco de sangre brillante […] Revisó con la mirada el cuerpo y notó que la sangre manaba del muslo derecho […] la herida, con los movimientos, volvía a sangrar con abundancia” (Galindo, Los encuentros, 2001).
El ambiente nostálgico que destella la obra se debe al esperado abandono o desaparición de Rubén. La protagonista se sumerge en un mar de soledad con un corazón roto que espera ser reparado por el revolucionario que la dejó; entra en una corriente de brazos, de vellos y de sexos masculinos para olvidar el dolor. Se convierte en la mujer del pueblo, la que todos desprecian pero todos aman o se han acostado alguna vez con ella. Los únicos con quien mantiene una amistad muy íntima, aparte de Prudencio —un miembro más de la clase rica del pueblo—, son Doña Genoveva y Melquiades[6]. A cada paso que ella da, éstos fungen como escuderos para protegerla, pues es la única del pueblo que los trata con cariño. La muerte de Genoveva marca la ruptura de la actitud sumisa que mostraba su hijo; pronto se convertirá en un exhibicionista que tiene tendencias voyeristas.
Era un secreto a voces lo que hacía Otilia en las ruinas de doña Genoveva, pero ocultaba sus amoríos de una noche por algún motivo. No era por Isauro Peña, su marido infiel, sino por su padre, un hombre muy respetado en las Vigas. Ella odiaba a su esposo por múltiples razones[7] —uno de los más importantes es que asesinó, con ayuda de Abundio y Fructuoso (dos norteños), a sus suegros porque él quería su herencia—. Ella nunca lo denuncia ante las autoridades porque decide tomar venganza; no lo mata mas lo hace sufrir con una perversidad admirable[8]. Lo que en realidad Isidro buscaba en Otilia no era una fiel y sumisa, sino el patrimonio que heredaría de los Rauda.

Las otras dos puntas del triángulo amoroso
Rubén
Sergio Galindo construyó tres personajes bastante complejos, reflejo de lo que es el hombre, y por ello se debe a que su obra tenga su lugar dentro de la literatura mexicana.
El torbellino entra por la puerta y se instala en el suelo de una de las habitaciones. Mientras que el viento purificaba el ambiente, quitando el olor a vejez y olvido de la casa de los Rauda, sufría un hombre, una leyenda viviente, debido a una bala que perforó su cuerpo. El dolor no era más que la advertencia de la ironía trágica, era un revolucionario solitario que arrasaba cuarteles y acribillaba sin misericordia a los enemigos. Lo hacía para liberar a los campesinos de los constantes y sanguinarios ataques de las guardias blancas —ejército asesino que destruía bajo las órdenes de los terratenientes porfiristas— para buscar el autor intelectual de la muerte de su padre; culpa inmediatamente al amante de su madre: Isauro Cedillo, un hombre poderoso y de temer. Al ver el cadáver de su progenitor, el odio, una bestia oscura y caliente, lo cubrió cuestión de segundos. El odio lo llevó a realizar innumerables actos de gallardía, su fama empujó un torbellino de vientos de libertad que cayó sobre los enardecidos corazones de los campesinos. Bajo la leyenda se guarda una gran verdad: la venganza. Comenzó como una descarada mentira[9] para desacreditarlo. La gente le temía, creían que surgió del Inframundo y que era el azote del demonio. Rubén, como el diablo, era la dualidad andante. Su rostro infantil escondía una desdicha inimaginable y una violenta virilidad, su humanismo empujaba a la rebelión y el odio de los enemigos. Era el demonio, nacido en la casa de unos ricos terratenientes, y el rebelde que alentó a los campesinos a defender sus tierras.
Rubén, el azote de la libertad, se acostumbró a la vida errante, siempre era acechado, cual bestia salvaje, por el inmenso precio que se le puso a su cabeza. Se movía como el viento, arrojando contra el suelo los vestigios de una infancia transgredida por una repentina traición. Era una sombra inalcanzable que se resbalaba entre los dedos de los caza recompensas y guardias blancas. Una sabandija que sabía por dónde moverse y esconderse. Muchos habitantes juraron haberle dado muerte o herirlo, otros sólo decían que lo vieron pasar sobre el lomo de su bellísimo caballo. Estas visiones hacia al Protegido de la Muerte le ayudaron en sus escapes por las sierras, porque creaban una neblina para confundir a las autoridades. Él, como torbellino, alteró la vida de la Rauda, la sometió a un universo de emociones y crisis. Hombre solitario por naturaleza, jamás bajó la guardia, estaba enamorado de Otilia mas no sabía cómo demostrárselo. Se desvaneció en el horizonte, tras haber restablecido su salud, para nunca volver.
La aparición de Tomás, un presunto homicida, marca el inicio de un devastador final. Rubén nunca pudo demostrar aquel amor porque muere en manos de aquel joven, con nombre de santo, contratado por su propia amada para darle muerte. Empieza la llovizna que pronto se convierte en una feroz tormenta y llegará a las Vigas para llevarse otras vidas: la de Otilia e Isidro.

Melquiades
Estar cerca de Otilia significaba salir herido, tarde o temprano, de una u otra manera. Melquiades, el mejor amigo de Otilia, es un elemento trascendental en la novela, porque él será el protector de Otilia, quien encarará todos los problemas o las demandas que su protegida le exigiría. Melquíades, un niño crecido, es el personaje más enigmático y nunca se sabe cuál será su próxima reacción. Busca en la soledad, en compañía de su fiel perra, olvidarse de lo que no es posible dejarlo en el aire. Un amor no correspondido, un amor que evoluciona hacia una obsesión. A este personaje hay que ponerle mucha atención, porque su soledad converge hacia la locura tras ver cómo el amor de su vida se desvanece bajo las puñaladas y las ropas se tiñen de un rojo enloquecedor. Melquíades, ser abrupto de cualidades distintas, rompe con el estadio de pasividad que le caracteriza para tomar venganza de aquellas personas que lastimaron de una u otra manera a Otilia. Primero, asesinó a Tomás porque mató a Otilia y después a Isidro. Melquiades es la ingenuidad presente en la obra, es el símbolo de la represión y la discriminación hacia las personas de clase baja.

En México, es muy conocido que en cuanto a sexualidad, el hombre tiene mucho más libertad que las mujeres; a la segunda se le reprime debido a la de sumisión muy arraigada en la cultura del mexicano. Aquella que está en contra de dicha idea se le rebaja y peor cuando ella explota su sexualidad. A grandes rasgos, el modelo típico de la mujer perfecta debe cumplir tres características: físicamente hermosa[10], discreta y sumisa[11]. Otilia Rauda cumple sólo con la primera y deshecha las otras dos porque atenta contra su personalidad. A lo largo del ensayo se han mencionado lo que la hacen peculiar[12] que comparándolo con el modelo que se explicó, la protagonista es un ente atípico porque lo contradice.
Abordando sólo la obra literaria, la trama está muy bien llevada porque nunca deja al lector ninguna duda o laguna que pueda dificultar su comprensión. Las expectativas que, como lector, fueron cumplidas totalmente. Sergio Galindo construye tres personajes conmovedores e inolvidables, uno de los tantos motivos por el cual Otilia Rauda ganó su lugar dentro de la literatura mexicana.
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[1] Es indudable que, como en todas las religiones, el catolicismo deja en sus creyentes una fuerte influencia construida por ideas que han evolucionado a lo largo de los siglos. Aunque muchas de esas ideas son buenas, otras son estúpidas o hasta cierto grado nefastas. Esta religión da un poco más de libertad —aunque en el pasado había represión en muchos aspectos de la vida—. Pero también posee ideas bastante incongruentes, nefastas y machistas para la época en que se vive; sólo por dar un ejemplo, se relega al homosexual pues es considerado como un ser que atenta contra las leyes de dios; es un ente antinatural.
[2] Para evitar confusiones, hay que aclarar que Otilia Rauda se desarrolla durante la revolución mexicana y en los años de pos guerra. Entonces, los datos que se dan es simple referencia para poder comprender la obra, aunque también hay que aclarar —valga la redundancia— que en México la mujer ha trascendido en muchos aspectos de la vida y profesionales, incluso hay un intento de la mexicana para superarse y ser mejor. Lo anterior no quiere decir que la mujer quiere relegar al varón, sino quiere convivir junto a él. Aunque muchas veces el hombre no lo entiende.
[3]Como información extra, la película se llama “Otilia Rauda. La mujer del pueblo”, es dirigida por Dana Rothberg y con las actuaciones de Gabriela Canudas, Álvaro Guerrero, Alberto Estrella, Carlos Torrestorija, Ana Ofelia Murguía, Julieta Egurrola, Carlos Cardán y Martha Papadimitriou. Duración: 110 minutos.
[4] El municipio de las vigas de Ramírez limita al norte con Tatatila, al este con Tlacolulan Acajete, al sur con Perote, al oeste con Villa Aldama. Fuente: http://www.e-local.gob.mx/work/templates/enciclo/veracruz/municipios/30132a.htm
[5] Se describe en las primeras páginas de la obra como un revolucionario despiadado y cruel, pero conforme avanza la temática se va descubriendo que en realidad es un arduo defensor del reparto agrario y de los campesinos.
[6]Doña Genoveva era sabia en hierbas y plantas medicinales; era la hechicera o la curandera del pueblo. En cambio, su hijo Melquiades, un hombre bastante fornido y alto, era igual de inocente que un niño, pero ser primogénito de la curandera del lugar le acarreó burlas y la gota que derramó el vaso para ser despreciado fue que se embriago y armó un escándalo. Es de vital importancia observar a este personaje que, enamorado de Otilia, al dejar su actitud sumisa actuará como un vengador: “Soy malo […] pero me consuelo porque pronto me van a matar… ¡Pero antes acabo con Isidro!" (Galindo, Melquiades, 2001).
[7]Isidro Peña contagia a su esposa de blenorragia (la cual queda estéril tras recuperarse), causa de sus múltiples aventuras con otras mujeres del pueblo.
[8] Una de las más memorables, sólo por dar un ejemplo, es que lo hace enamorarse de ella para después darle una fuerte cuchillada en la espalda: acostarse con un sinnúmero de hombres del pueblo y de otros aledaños.
[9] La leyenda comenzó cuando Isauro Caudillo, junto con otros individuos, embosca a Rubén y sus peones, pero son baleados. A Caudillo se le cree muerte, pero él corre el rumor de que ocurrió al revés.
[10] Sería bastante complicado decir algún criterio de belleza en México porque siempre está cambiando. Actualmente, la mujer debe ser alta, abdomen plano, delgada, con cintura un poco amplia y cabello largo.
[11] Para sustentar la siguiente afirmación, realicé una pequeña entrevista entre los varones jóvenes y adultos acerca de su mujer perfecta, la mayoría estuvo de acuerdo con lo que se dice en esta línea
[12] Repitiendo, ella era hermosa, inteligente, erótica, nostálgica, rebelde, osada y con un fuerte sentido

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Really good post!

Anónimo dijo...

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