Tercero
El
tema del tiempo es un tópico que no voy a tratar en este tercer apartado, sino
sobre los nexos existentes con el mito de Penélope. Una mujer en la espera de
su hermano y, por supuesto, deshila el tejido para evitar el compromiso, por
supuesto con alguien más. La honestidad de esta novela radica en que se vuelca
en un compromiso difuminado: hablar sobre el amor. Sin embargo ¿cómo entender
el amor si no se conoce el desamor y la desilusión? ¿Cómo entender, en otras
palabras, el papel de la espera?
Incertidumbre y cuestionamiento ¿qué
pasó en esta relación homosexual que orilló al protagonista desatar los nudos
de su existencia? Una pregunta que flota, en realidad, podría ser una de las
intrigas, si se trata como una novela policiaca. Aunque, bajo esta premisa, el
lector comienza a preguntar sobre el pasado del personaje y cómo llegó a su
presente.
El viejo cliché: infidelidad y un
amor absorbente. Claro, esa era mi hipótesis (errónea). Lo importante es,
básicamente, la ruptura y sus consecuencias: esperar al amado por varios años y
atenderse a la pregunta ¿qué pasó? Situación que no está alejada de la
realidad. He ahí la incertidumbre en el qué pasó o en el qué hizo el personaje
para llegar a ello. Se sabe que el amante fue importante para él, pero es una
circularidad que cuestiona y lleva a una caída en espiral, porque la trama
desciende por distintos niveles melancólicos, por decirlo de algún modo,
llevados por el recuerdo para volver a la superficie. Es decir, la novela Las horas fortuitas es un viaje por el
propio dolor y la duda del mismo amor.
En este aspecto, la figura de Penélope se vuelve más un
punto de referencia porque si bien el protagonista desteje su propia
existencia, hace chambritas, intentando entender su propio presente a partir
del pasado, bajo la incertidumbre y la duda comienza tejer su presente. Es
decir, es un juego doble: tejer y destejer para encontrar la respuesta, no sólo
de un desamor sino de sí mismo. Como cualquiera, el dolor lo volvió más
complejo y la incertidumbre vuelve en este mismo juego de dobles: ¿qué pasará
si vuelve? O ¿Volverán los protagonistas? ¿Qué va a cambiar?
Ahora, el protagonista Penelópico
(por decirlo de algún modo) se vuelve confuso por su complejidad, aunque es
cierto que son pocas las acciones descritas por el autor, básicamente
cotidianos. Esta complejidad es un nuevo
acierto en la novela, ¿cómo entender, pues, el amor si no se ha vivido el
desamor? Porque también hay un planteamiento, espero no errar en esta
hipótesis, sobre la dependencia anímica hacia el otro, fundamentado en una
simbiosis espiritual, convirtiendo al otro en una necesidad más que en un
complemento. Esto, pues, postula a una ironía: la espera encaminada hacia una
necesidad del otro, sin embargo ¿qué pasa si en una relación como esta el otro
desaparece? La propuesta de la novela es la espera y la presencia de la
incertidumbre.
En la primera parte, consideraba esta novela como algo
impalpable, ¿a qué se debió esta etiqueta? La novela presenta un grado de
dificultad reflejada en la estructura, primero, del tiempo y de las acciones
—lo vuelve un espiral—, y, segundo, en la complejidad de los personajes. En el
tiempo, se plantea algo interesante: lo fortuito en las acciones, el cuestionamiento, precisamente, del por qué
de las cosas y del por qué la casualidad cambió el plano del personaje. Es
decir, cómo la ruptura de un amor, ligada a los comentarios de una mujer (Laura),
dañó a dos individuos (habría sido interesante conocer la visión del otro ante
esta ruptura) y cómo esto se tradujo en una pausa intermitente reflejada en la
espera.
Lo impalpable radica en cómo las acciones o los comentarios
de otros pueden afectar las relaciones humanas, las circunstancias y sus
posibles consecuencias, volviendo un mundo de complejidad algo relativamente simple. En otras palabras,
lo impalpable se deja sentir en lo fortuito y esto se refleja en la espera y la
incertidumbre, a través de los recuerdos y lo cotidiano.
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