miércoles, 21 de noviembre de 2007

Un paseo por mi sendero literario


La palabra tiene mucho de aritmética: divide cuando se
utiliza como navaja, para lesionar; resta cuando
se usa con ligereza para censurar; suma
cuando se emplea para dialogar, y multiplica cuando se da
con generosidad
para servir.
Carlos Siller


Palabras, todo está compuesto por palabras, desde las cosas más sencillas hasta las más complicadas. El ser humano tiene palabras para todo, inclusive para aquello que no existe. El primer día, Dios creó la luz mediante la palabra. Desde tiempo inmemorial, la palabra está entre nosotros, convive fraternalmente. Por ende, la literatura es el arte que emplea el lenguaje, el cual está compuesto por palabras, para expresar cualquier cosa. Entonces, los poetas son los artistas de la palabra o, dicho de una manera, capturan las palabras y las estructuran bellamente para crear una obra artística.
Ahora me pregunto, como muchos escritores lo han hecho anteriormente, por qué amo la literatura y cómo surgió o qué fue lo que motivó mi interés por ella. Me he es de vital importancia mencionar aquellas obras que son o han sido básicas, porque explicaría el camino que he recorrido y hacia dónde voy. Asimismo, en mi mente revolotea unas preguntas muy inquietantes: ¿cómo es mi concepto de literatura? y ¿por qué escribo lo que escribo?
En la literatura puedo ser un héroe, creo o destruyo universos o mundos sorprendentes. Algunas veces, soy un criminal que disfruta acechar a sus víctimas para asesinar sin el miedo de ser capturado por la autoridad. Puedo ser un ermitaño que, para escapar de la realidad, construye un barco para navegar en el vasto oceáno de la soledad. Amo a la literatura porque me permite hacer cosas inimaginables y que no podría hacer en la realidad. Es mi válvula de escape.
La literatura no apareció ante mí como a Luciano de Samosata en su Ensueño —no era aquella mujer con trajes hermosos y costosos, no tenía ese porte altanero pero sí poseía un acervo cultural muy vasto—, sino que siempre había estado allí presente aguardando pacientemente en las docenas de libros que decoraban el comedor de mi casa. No recuerdo en qué momento empecé a tomar los libros para leerlos de cabeza, pero mis padres me leían desde que tengo memoria. La lectura surgió como un juego, un juego en el cual imitaba a mi padre, a quien siempre veía con un libro en la mano. Siempre me preguntaba qué había en un libro y por qué entretenía tanto a mi padre y mi abuelo. Tenía muchos libros, pero no sabía qué libro leer. Mi padre me aconsejó leer mitos cristianos, así que escogí Taor, el cuarto rey mago[1] —el cual ya no está en mis manos.
Ese fue el origen o la chispa que encendió mi interes por la literatura. Había descubierto un interesante mundo. Me encantó y seguí leyendo cuentos infantiles hasta que mi gusto por la lectura se detuvo por un tiempo para después enfocarme en la escritura. Así surge propiamente la pasión por la literatura. Mi visión infantil del mundo era como la de todo niño: fantasía, simple fantasía donde doncellas encerradas en la torre más alta de un fúnebre castillo custodiado por un dragón esperaban a su caballero montado en su corcel.

La literatura es el reflejo de la sociedad. En sus millones de páginas organizadas en libros podemos observar el pasado o el futuro que nos espera o nos podría esperar. Es una memoria inalterable que está entre nosotros y, al mismo tiempo, no está. Este arte no viene a nosotros sino debemos ir hacia ella. Para andar en el camino de la literatura es necesario tener iniciativa. Algunos creen que el sendero ya fue recorrido por todos los artistas, pero nos damos cuenta que es una opinión a medias, porque sí se habrán escrito miles de libros sobre una temática, pero la importancia radica en cómo el autor lo trata.
He entrado en ese sendero, creí haberlo recorrido todo, pero fue un error porque daba al menos un paso y me encontraba con alguna novedad. Me adentré en varias civilizaciones —devoré fragmentos de El libro de los muertos, me fasciné con el mundo y la mitología hindú cuando leí El Hitopadeza—, lloré con Jean Valjean y Cosette, fui a conquistar Rusia con Napoleón para después salir de ahí humillado. Atravesé el Infierno, el Purgatorio y el Cielo sin salir de mi casa. Presencié las orgias de Justina, Julieta e ingresé a la Escuela del Libertinaje para salir asqueado de tanto desenfreno. Fui a Fantasía sobre el dragón-perro. Me confundí en el mundo de El final del Juego para después darme cuenta que todo era un sueño. Lloré lágrimas de odio y rencor hacia un asesino, un dictador, que goza de la anomia de las instituciones mexicanas. Entré al mundo de Harry Potter y salí fastidiado por tanta monotonía. Fui un robot que, cansado por la dictadura humana, me rebelé. Leí La Iliada, disfruté el panorama griego, vi cómo los cuerpos caían uno tras otro sobre un campo de batalla que olía a muerte y destrucción. Presencié cómo Hitler se hacía el mártir en su pésima Mi lucha, recuerdo cómo me burlé de él. Lloré la muerte de los niños que iban en la vieja carreta de Pájaro, vuelve a tu jaula. Mis ojos atravesaron por toda clase de corrientes literarias, pesqué aquí y allá para expandir mis conocimientos del universo.



Muchas obras fueron fundamentales para mí, de entre ellos la Divina Comedia, La historia interminable y Pájaro, vuelve a tu jaula. Pero fue una antología la clave en mi desarrollo como escritor: El cuento jíbaro. Antología del microrrelato mexicano[2]. Tras leerlo, como mero ejercicio literario, comencé a escribir relatos breves y me di cuenta que era mi fuerte. Leí con alegría a Augusto Monterroso. Otro autor, Severino Salazar, también influyó sobre mí notablemente, me mostró que las anécdotas más banales, ocurridas en un pueblo o en una pequeña ciudad, pueden convertirse en obras de gran calidad.
Es importante mencionar que muchos autores escriben personajes perfectos, tan verosimiles, que los lectores se convierten en el personaje. Es decir, el protagonista deja de ser un ente ficticio y, por un breve instante, cobra vida o, mejor dicho, invade el cuerpo del lector (como un demonio o fantasma) para cumplir su destino que ya estaba escrito. Eso son los buenos personajes y lo que todo autor debería alcanzar. En cuanto a las obras literarias, tras terminar de ser escritas, se independiza y se aleja del creador. Lo anterior lo sostiene Octavio Paz en El arco y la lira y yo le apoyo, porque muchas veces la obra está planeada y al final resulta ser otra cosa. El autor no defiende el texto, sino que sólo la crea y es la misma obra quien se defiende porque se le ha dotado de las herramientas necesarias para hacerlo.
Mi relación con la literatura es como la de una madre con su hijo. Me cubre con su caluroso manto de letras, me obsequia conocimientos y me deja escribir sobre todo lo que se me plazca sobre ella. Dicha relación surgió accidentalmente. Primero fue una mera imitación al ver a mi padre leer, como dije en líneas anteriores. Tras haber leído lo suficiente comencé a escribir y dejé de leer, pero me di cuenta que la lectura fortaleza y ayuda a superar los errores o perfeccionar las obras.
La escritura, desde tiempos inmemoriables, ha servido como vehículo de comunicación para las personas. Nos ha servido y sigue sirviendo como un medio para dejar plasmado nuestra evolución. Escribo lo que escribo para ausentarme un poco de la realidad, busco en ella un poco de paz para reflejarme. Me gusta recolectar la esencia de lo que me rodea y reflejarlas en un breve espacio de tiempo.

______________________
[1] Escrito por Michel Tournier. Nos hnarra la historia de un cuarto rey mago, Taor, que vio la estrella de David y emprendió su marcha para ver al niño Dios, pero llegó muy tarde y sin regalos.
[2] El cuento jíbaro. Antología del microrrelato mexicano. PERUCHO, Javier. Fictica Editorial. Xalapa, Veracruz.

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