martes, 18 de abril de 2006

El Prado.

Ps heme ahí, publico uno de mis cuentos que me costo mucho escribir, porque tuve que investigar bastante. Espero les guste.

El prado.


A Tania Letechipía, mi gran amiga.


Alberto está con los infieles rodeando al gran macho cabrío. Una joven corona con guirnaldas y laureles a su amo; acerca su nariz a sus pechos y su lengua acaricia y llena de baba el cuello de la moza. Ella se siente satisfecha.
La más anciana de todos, Dafne, le pide que sostenga una antorcha a Alberto, él lo hace.
¿Vos?, pregunta el diablo y Dafne dice: Osculum obscenum. Él sonriendo le da la espalda y alza su cola; ella besa el ano a su señor. Malek, el sumo sacerdote, le obsequia a su amo varios objetos sacros y los arroja al fuego. Un anciano se acerca, le entrega una botella con sangre, alegando que es la de su bellísima esposa. Otra mujer le regala la cabeza de un cabrito negro en una charola de plata. Aurelio también besa el culo.
Yo te entrego mi cuerpo, dice la joven. Ella se desnuda, sus senos despiertan en los varones el impúdico deseo de poseerla, sentir el calor de su cuerpo.
La joven y el amo se unen como bestias. Ella grita de dolor, él de placer. Las pezuñas rasgan la piel de la espalda. Alberto sale del círculo, cubre sus oídos y repite algunas oraciones. Percibe un olor de carne quemada, ve a los herejes. El diablo acerca la antorcha a las nalgas de la joven; ella maldice. Alberto siente náuseas y vomito.
Malek, detrás de Alberto, pregunta sí se encuentra bien. Sí, mi señor, responde. Él lo coge de la mano y lo lleva al círculo. El cuerpo sudoroso de la joven se arrastra lentamente. Maldita seas mujer, dice el demonio. Todos ríen.
Eros, deformado, surge entre los herejes. Ellos se unen de manera natural y sodomita. Sorprendido y asqueado, Alberto ve cómo las almas y los cuerpos corrompidos de estas personas se unen, no amorosa, sino carnalmente. El rey de los traidores se dirige hacia Dafne. La anciana se tira y su amo la posee; ella grita.
Alberto se acerca a la joven, toco su pecho desnudo y no siente el latir de su corazón: ha muerto. ¡Cuán desagradable y triste es ver morir a un cordero en plena juventud! ¡Cuán doloroso es para mí haberte visto viva y muerta en un instante! Descansa y ruego por tu alma impía, murmura al oído de la difunta. Escucha aleteos, él mira hacia la hoguera y de ella emergen pequeños diablillos alados, cogen el cadáver de la muchacha y la arrojan a la hoguera. Dios mío ¿por qué?, repite, desesperado.
¡Por qué Dios nos has abandonado! Ayúdalos a salir de este laberinto oscuro y frío que es la maldad; sácanos, libéranos de esta prisión. Dios no contesta las plegarias de Alberto. ¿Acaso me abandonó? ¿No le importa su creación? Ruega otra vez y nada ocurre.
Alberto escucha gritos y blasfemias. El demonio, rodeado por sus vasallos, trata de seducirlo.


El grandioso sol sigue descansando en su casa; la luna está cubierta por una amenazadora nube; el viento desata su furia contra los árboles. Reina el silencio y la oscuridad.
Yo, Alberto de Quiroz, estoy parado en las faldas de la colina, necesito llegar al prado. Puedo ver una llama y escucho el crepitar de la madera. Oigo risas, veo sombras que suben por la cuesta y yo, nervioso, les sigo. Hay, en medio de la pradera, una imponente fogata, cuyas lenguas son tan altas como la puerta de una iglesia, asediada por nueve antorchas. Una mesa de leño, rectangular y apolillada, está cerca de la hoguera y rodeada por ocho sillas, de las cuales siete están ocupadas (cuatro mujeres y tres hombres); hay abundante comida, vino y agua servida. Reconozco el balar de un macho cabrío, está amarrado a un árbol.
Comed con nosotros. Me grita alguien. Para evitar sospechas, voy hacia ellos y me siento. A mi lado está una anciana, de rostro pálido y arrugado, tiene nariz aguileña, los labios, llenos de llagas, cubren sus podridos y escasos dientes. Ella es Dafne.
¿Eres el aprendiz de Gusano? Me pregunta Dafne, su voz me recuerda al chillido de los ratones. Recuerdo que Gusano fue un hechicero que, tras un arduo interrogatorio, logré sacarle la ubicación exacta de sus fiestas desenfrenadas; me hago pasar como su aprendiz para atrapar a los corderos que perdieron el rebaño. La anciana me mira. Me disculpo y digo que soy el aprendiz de Gusano.
Un hombre con un parche en el ojo y muchas cicatrices, me pregunta mi nombre; su voz parece a la de una mujer. Soy Gregorio, digo. Lo reconozco rápidamente ¿Tú te llamas Aurelio? Le pregunto.
Soy Aurelio, el criminal que logró escapar de la Manzana Podrida, los odio porque nos dicen criminales y ellos son iguales o peores que nosotros; las heridas que tengo en el rostro me las causaron los Podridos.


Alberto está sudando, tiene miedo; el gran macho lo ve con gesto adusto; los herejes miran sorprendidos.
¿Todavía crees en Él?, dice el demonio. La gruesa acuchilla los oídos y brota un poco de sangre.
Los herejes lo insultan y blasfeman.
¿Crees que serás perdonado?
Él es misericordioso. Dice Alberto y los impíos ríen; da unos pasos hacia atrás.
Alberto siente en su entrepierna un calor húmedo: se orinó. El demonio se burla y se acerca decidido.
Tres veces, Alberto, negaron a Jesús ¿vos?, Pregunta el demonio. Un rasguño aparece en una mejilla de Alberto.
No lo negaré dice él.
Lo veremos. Otro rasguño surge cerca del labio superior.
Nun….nunca lo negaré, una tercera herida aparece en la frente y es la más grande y profunda. Sangra bastante. Alberto da pasos hacia atrás.
El demonio golpea sus patas. Otras tres heridas atraviesan el rostro de Alberto, él grita.
¿No está alguna mujer para limpiarte el rostro?, pregunta el demonio. Los infieles ríen. Alberto sólo tiembla y suda.
Un ulular atraviesa el prado.
¿Huele eso, Alberto? Olerás así, junto con nosotros. Dice Malek. El olor a carne quemada inunda el lugar.
Jamás…
Mi fraile de Quiroz, pecó y ahora es un hereje. Interrumpe Dafne.
Resígnate, grita Aurelio.
Alberto da pasos hacia atrás.
¿Huyes de nosotros? ¡Cobarde! ¡Atrápenlo! grita el demonio.
Un impío coge por el brazo a Alberto, él lo golpea, el infiel grita. Corre, asustado y baja. La maleza agarran al fraile por el hábito, él trata de liberarse, ve hacia atrás; los herejes corren torpemente para atraparlo. Alberto se libera.
Alberto mientras corre, vuelve a mirar hacia atrás y resbala con una roca. Cae, su cuerpo se golpea con puntiagudas rocas; se araña con la maleza. Piedras pequeñas cortan y penetran la piel del fraile. No hay tiempo de gritar.


Malek, un hombre que viste un hábito negro, se pone de pie: ¡Alevosos y traidores! Encomendaos por el rey rojo. Sean bien venidos a la celebración; disfrutad de los alimentos.
Él vuelve a sentarse empieza a comer. Dafne y Aurelio devoran como perros hambrientos el Profano Alimento. ¿Qué es? Le pregunto a Dafne. Ella responde que es centeno. Desde luego, jamás he probado este cereal, porque siempre como trigo.
Una mujer, en la flor de la vida, me sirve en una vasija asquerosa centeno y otra comida que no logro identificar. Hay dos copas sucias: una tiene vino y la otra agua. Veo el Profano Alimento y me da asco. Come, hermano, antes de que mi Amo venga, dice la joven. Sí, Gregorio, come o no durarás hasta el canto del gallo, dice Aurelio. Con repulsión, cojo un poco del bocadillo y lo mastico. Está muy duro y su sabor podrido me asquea. Sorbo algo de vino y empeora el mal sabor de boca; bebo del agua y me doy cuenta de que está sucia. ¿Segura que es centeno? Cuestiono a Dafne y ella asiente.
Me llevo otra porción a la boca. Siento una mano que toca mi pierna y trata de subir hacia mi ingle. Es la mano de Aurelio. Lo miro a los ojos, le doy a entender mi molestia y deja de hacerlo. Dafne acerca un recipiente (hay un crucifijo metido de cabeza) lleno de una sustancia hedionda. Bebe la Sangre de Satán, está deliciosa, ella dice. No, gracias, respondo. La anciana insiste, me doblego y bebo un poco; después de beberlo, me siento mareado y con náuseas; pierdo la noción del espacio y tiempo por un momento. Cuando me recupero, escucho a Malek decir: comencemos, hermanos míos, la celebración. Todos se descalzan y se sientan, formando una media luna, cerca de la fogata.
Malek va hacia el árbol, desata el cabrito negro, le coloca una guirnalda de verbena atada con una cinta verde al cuello y lo lleva a la hoguera; saca una daga, la muestra y sacrifica al animal. Quita cuidadosamente la piel y al terminar arroja el cadáver al fuego; coge un poco de sangre del suelo y se lo pone en su rostro. Me invade un miedo indescriptible. Pido a Dios que detenga todo.
Poco después, Malek invoca con otra oración a Adonai, Eloim, Ariel y Jehovam. Mientras arde el cuerpo de la víctima, los brujos comienzan a gritar alocadamente y danzan alrededor de la hoguera. Malek vigila la piel del cabrito. Mi señor, esto es terrible ¿por qué dejas que pase esto? Entonces, veo que saca un palo (es la vara fulminante), el cual tiene forma de dos cuernos unidos y curveados, la deshoja con cuidado y corta las pequeñas ramas restantes con la daga ensangrentada y vuelve a conjurar a los cuatro personajes anteriores; corta la vara y la guarda entre su hábito negro.
Malek toma otro pedazo de madera y, con la daga, le da la forma igual que la vara fulminante y se retira. Más tarde, regresa con dos puntas bien afiladas y las pone en la palo y al mismo tiempo ora. Coge una copa con un líquido rojo y bebe un poco, después se la pasa a todos los sacrílegos (todos beben de él) y yo hago lo mismo. Nuevamente, me siento mareado y con náuseas.
Las lenguas de fuego y el crepitar de la hoguera aumentan, todos los sacrílegos, maravillados, lo ven. Ruego a mi Dios para que me ayude a salir de aquí. Contengo la respiración al percibir un olor a putrefacción que proviene de algún lugar. Observo la fogata y de ella emerge un ser demoníaco, en forma de macho cabrío. Los brujos lo rodean y le hacen reverencias; les imito. Bellacos ¿Me honraron? Le dice el demonio. La joven es la primera en hablar: Yo envenené a mi marido y a mis hijos, en honor a su Majestad. Una mujer admite haber robado a una familia pobre. Eso no es nada, le quité la vida a un clérigo en su propia iglesia, dice la anciana. Todos aplauden. Los criminales se confiesan; me hacen enfadar. Quiero gritarles y pedir a los malhechores una explicación, pero no puedo hacerlo porque pueden descubrir mi Sagrado Oficio.
Parece que tenemos un nuevo integrante que ocupará el lugar de Gusano, dice el ser demoníaco. ¿Qué has hecho tú?, pregunta. Señor, mi querido padre, discúlpame por lo que voy a decir, pienso. Le miento al diablo diciendo que yo asesiné a una familia, robé los objetos sagrados de una iglesia y los arrojé a una fogata. No está mal para un aprendiz, dice él. Los herejes se ponen de pie y cogen una antorcha cada uno y yo hago lo mismo. Entonces, el demonio ordena que se le vuelvan a hacer reverencias y comienza el macabro sábado negro.


Malek se inclina y toca el cuello de Alberto.
Vive dice él.
Mátalo, dice el demonio, su voz del demonio retumba desde lo alto.
Malek coge una pesada roca y golpea dos veces a Alberto, él gime débilmente. El rostro de Alberto se deforma por los golpes y un lienzo de sangre lo cubre.
Golpe tres y cuatro, Alberto sigue con vida.
¡Cuán fuerte eres!, admira Malek.
Cinco y seis, el fraile desea ya morir. Séptimo golpe, él ve a Tánatos. Octavo golpe, Alberto muere y todos los herejes celebran.

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