Un clásico es aquel libro que logra envolverte, que te
devora con sus hojas llenas de tinta e imaginación, aquel cuyas alas te lleva a
lo impensable, hacia las fronteras del corazón humano.
Karin des Marvailles
Así pues,
no sólo mi padre, todos nosotros le damos demasiada importancia a la idea de
que el mundo tiene un centro. No obstante, lo que nos impulsa a encerrarnos
durante años en una habitación para escribir es la fe en justo lo contrario; es
la creencia de que algún día se leerá y se comprenderá lo que escribimos porque
los seres humanos se parecen en todas las partes del mundo.
La maleta de mi padre, escrito
por Orhan Pamuk
En lo personal, siempre veo las obras como novelas policiacas o, mejor
dicho, voy a la caza del Autor Implícito cual dachhund que va tras su presa. Quizá la idea suene un poco extraña,
pero es cierto. Cada novela es un secreto guardado entre miles de llaves
llamadas palabras. El secreto es la idea que es guardado por un feroz dragón.
La almendra de los libros es el fruto más suculento que he probado.
Cuando termino de leer la obra, me
pregunto qué fue lo que motivo mi lectura. No fue el hecho de que me comprometí
en esta presentación, sino por qué me llamó la atención Llanto de Lisboa. Digo esto, porque escuché en algún lado que los
libros llaman a sus lectores, visión de por sí muy romántica. Admito, en
principio, que al tomar el texto encuentro ciertas intertextualidades. Me lancé
a la carga, cual Quijote contra gigantes intertextuales que no eran más que
vaguedades surgidas de mi loco pensamiento. Sí, lo primero que pensé es que
quería ver a Mishima y se debía a una relación muy, en cierta manera, tonta de
mi parte al título de la colección al cual pertenece Llanto de Lisboa: Tetralogía de la heredad. Más bien lo relacioné
con la palabra tetralogía y no con la idea de la colección. Pero, algunas veces
las divagaciones no sirven para nada.
En fin, si Llanto de Lisboa, por un momento creí que era un libro que se elogiaba
una ciudad y mi sorpresa es otra: el elogio hacia la inocencia. He de ser
sincero: en principio el texto me costó trabajo abordarlo, si quiera el leerlo,
no porque fuera un trabajo de mala calidad, sino que hubo una identificación
con algunos de los personajes del libro. En especial, los niños. En lo
personal, la literatura que aborda la infancia es de mis favoritos, pero este
pequeño libro no sólo aborda la niñez, sino la paternidad, las delicias de la
paternidad. Es, quizá, lo que vuelve
atractivo el producto: la paternidad. Es el oficio de ser pirógrafo con las
llamas de la infancia, grabar en el pedazo de madera lo que el cariño y la
alegría de ser padre.
Pero, tampoco, es la vitalidad de ser
padre lo que mueve el texto, sino también el dolor que conlleva el serlo. La
pérdida de los hijos, la muerte del infante. También se refleja en el texto, lo
accidental y lo furtivo. El episodio que más me causó interés fue aquella donde
se habla de la bella bailarín ¿quién no ha tenido un secreto en la niñez, quién
no ha visto una mujer u hombre desnudo? ¿quién no se ha escondido entre la
bruma y descubierto un secreto que perturba o influye nuestra conciencia? Es la
almendra de lo que hablé al principio, pero trasladado en la vida real, aquel
secreto más íntimo que no queremos compartir por nada ni con nadie. Encarnación de horas/I me hizo divagar,
un poco, de hecho me llevó a un pequeño cortometraje llamado Le loup blanc, dirigido por Pierre-Luc
Granjon, en el cual narra las aventuras de dos hermanos (Arthur y Léo) con un lobo
blanco, su pequeño secreto, su extraño caballo blanco come-cabezas de conejo.
Lo cual, quizá, tiene que ver con coincidencia o sobre-interpretación.
He de admitir que Llanto de Lisboa es un texto impredecible, que, como las obras de Cortázar,
lleva de la mano y, en un momento dado, nos arroja al abismo donde se puede: a)
perder en senderos espinosos sin fin o b) salir de ello con nuestras propias
herramientas hasta alcanzar el goce literario que produce la obra de Manuel R.
Montes. En un principio, soy sincero, el texto me costó trabajo abordarlo,
puesto que hubo una identificación con los personajes que, realmente no tiene
nada de malo, sino todo lo contrario: tocó fibras muy íntimas que bloquearon mi
lectura. Claro, que al final de cuentas me dejé llevar sin importar lo emotivo.
Logré, tras grandes esfuerzos, llegar a la almendra del goce literario.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario