|
El tiempo que, desde octubre de 1946, Felisberto Hernández pasó en París, no sólo le permitió darse a conocer en el entorno cultural francés. Si bien es cierto que, amparado por Jules Supervielle, nuestro escritor tenía forzosamente que cultivar amistades de importancia —citemos a Roger Caillois y a Susana Soca—, esta etapa no sólo debe identificarse con los múltiples homenajes o con el romance que inició junto a la española María Luisa Las Heras. Es, además, un periodo de creación frucífera, durante el cual engendró una de sus obras más famosas, Las hortensias, cuya primera publicidad debemos a la revista uruguaya Escritura (1949). |
El indomable deseo crece entre silencios y disimulos, ennoblecidos por otro tipo de fantasías, aún más tétricas. En esta línea, Felisberto sabe ocultar detalles que animan nuestra curiosidad. No contento con dejarnos entrever las potencialidades de la pequeña Hortensia, ese derroche de energías que muestra la figura principal delinea, trazo a trazo, una neurosis inevitable. La fuerza de los juegos prohibidos queda así parcelada entre dos identidades —lo natural y lo artificial—, cuyo significado oculto parecen subrayar, a fuerza de repetirse, la soledad primigenia y evocativa que inspiran plantas y, frente a ellas, unas máquinas de ruido tan turbador que verifica el ritmo de la locura.
Tras lo expuesto se ve por qué este diálogo entre interioridad y fantasía atrajo en tal medida a Julio Cortázar, quien, por cierto, fue el encargado de elaborar el prefacio a la edición francesa de esta obra (Les Hortenses, París: Denoël, 1975; trad. De Laure-Guille Bataillon).
Las hortencias (sic): la historia prohibida de Felisberto Hernández
a obsesión de un hombre por su colección de muñecas, y en particular por una que llega a ser su amante, se narra en Las Hortensias, el relato del escritor uruguayo que luego de veinte años vuelve a editarse. Inmoralidad y conservadurismo se mezclan detrás de un cuento magistral.
Del otro lado del teléfono, Mabel baja la voz: "Esta es la posibilidad de sacar del terreno de lo prohibido un relato considerado magistral".
Mabel es María Isabel Hernández, una de las dos hijas de Felisberto y se refiere a Las Hortensias, el cuento que su hermana Ana María nunca quiso que volviera a editarse. "Las herederas –explica Mabel desde México, donde es profesora de la UNAM– somos simples administradoras de una obra que no nos pertenece. Pertenece a su autor. Es decir que debemos velar por la difusión de la obra de nuestro padre y cuidar que las condiciones de publicación sean decentes y adecuadas: ésta es mi posición y no ha variado nunca. Durante veintiún años he esperado que mi hermana dejara de plantear restricciones que no comparto, y que, lejos de aminorarse, últimamente se han acrecentado". Por esta razón y gracias al progresismo de la ley de propiedad intelectual argentina, Mabel aceptó la iniciativa de El Cuenco de Plata por editar una obra que desde los años 80, cuando la publicó Siglo XXI en el Volumen II de las Obras Completas, resultaba inconseguible.
Las Hortensias no es el único cuento prohibido. Según la agencia de Carmen Balcells, uno de los herederos también vetó ("por razones personales", dicen) los cuentos El árbol de mamá y Ursula. Ninguno de los libros que acaban de salir, como la reedición de Nadie encendía las lámparas (RM) o que están en galeras como Cuentos reunidos (que en septiembre lanzará Eterna Cadencia), incluyen estos relatos.
Pero, ¿qué hay en Las Hortensias para querer prohibirlo? El poeta y ensayista Roberto Echavarren recuerda que al publicarse El espacio de la verdad. Práctica del texto en Felisberto Hernández (Sudamericana, 1981), Ana María le cuestionó la ausencia "de algo muy importante en la obra de su padre: la relación entre Felisberto y Dios". "Mi libro está lleno de carencias", le dijo Echavarren, "pero en toda la obra de Felisberto no hay ni una preocupación por Dios". La respuesta de la prohibición, entonces, quizás se encuentre en la supuesta inmoralidad del protagonista. Escrito en Francia, a fines de los años 40, Las Hortensias narra la historia de Horacio, un hombre "extravagante" que está obsesionado con su colección de muñecas "un poco más altas que las mujeres normales", que componen escenas en las vitrinas de una sala, y en particular, obsesionado con Hortensia, la muñeca idéntica a su esposa, María, de la cual comienza a enamorarse. Anterior al Yo, robot, de Asimov y los replicantes de Blade Runner, Felisberto no se engolosina con lo que podría ser un detalle de onanismo argumental y desarrolla, según Mabel, "el proceso de deterioro de la conciencia de Horacio que llega hasta la enajenación total".
Echavarren interpreta el elemento de la muñeca con el fenómeno de la coquetería y tal como explica Georg Simmel en su artículo sobre el tema, la muñeca es el elemento de la coquetería que nunca se entrega, que no se sabe si consiente o no la posesión.
Las Hortensias también es uno de los pocos relatos en toda la obra narrativa de Felisberto (paradigma de la supuesta literatura del yo y la autoreferencialidad) que está escrito en tercera persona. ¿Sólo un gesto? Todos sus cuentos, que no son dominados por la conciencia sino por la expresión, por los sueños, por lapsus, actos fallidos y símbolos, son recorridos por elementos lyncheanos en común: habitaciones oscuras, pianistas que deambulan solos en pueblos de provincia y brindan conciertos en teatros sin público. De este modo, Felisberto se queda encerrado en sí mismo, atento a las voces de un mundo que sólo es suyo.
Es curiosa la dedicatoria escrita en lapicera que se lee en Las Hortensias: "Para María Luisa, en el día que ha dejado de ser mi novia". Para Echavarren no hay que olvidarse de un dato fundamental: este cuento, Felisberto lo escribe en París cuando está de novio con María Luisa de las Heras, la espía rusa que viajó con él a Uruguay y con la que estuvo casado durante dos años. "La dedicatoria", dice el ensayista, "es un elemento un poco siniestro, y en este relato está la figura de la esposa todo el tiempo, como una espía de los espectáculos de las Hortensias, que finalmente se disfraza de muñeca para asustarlo". La conexión es simple: María = esposa; Luisa = amante del fabricante de muñecas. ¿Hortensia? El segundo nombre de Juana Silva, su madre. Pero como se preguntaba el escritor Robert Walser, ¿acaso no es bello que en nuestra existencia quede algo desconocido, extraño, como detrás de una pared recubierta de hiedra? La vida de Felisberto permanece en su obra, en esos sótanos oscuros donde emana la creación literaria.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario